Estar bien

Muchas personas defienden su derecho a ser desordenadas como un signo de creatividad o falta de tiempo.

Algo de desorden es bueno

Muchas personas defienden su derecho a ser desordenadas como un signo de creatividad o falta de tiempo.

En estos tiempos, ser ordenado parece ser más que una necesidad. Las nuevas tendencias en organización demostraron que la mayoría de la gente ignora cómo doblar la ropa para que ocupe poco espacio en el cajón o tiene dificultades para recordar dónde guardó cada uno de sus objetos. Quizás el auge de la japonesa y gurú del orden Marie Kondo tuvo que ver con esta moda, pero lo cierto es que hoy existen personas llamadas “organizadores personales”, a quienes se contrata para organizar casas ajenas. Así, lo que parecía una simple herramienta se convirtió en una tendencia a la que muchos se subieron y que, sin embargo, dejó en los márgenes a los que aún se resisten a convertir su hogar en un lugar impoluto. Por decisión o por simple pereza, lo cierto es que ven cualidades en vivir de otra manera.

Ir a contramano

Si bien son más las voces que se alzan a favor del método para ordenar, hay quienes todavía se niegan a la propuesta de rastrear en los sentimientos para recordar por qué se archivaron los apuntes de la facultad; a vender los libros que se leyeron y ahora se apilan en la biblioteca; o a regalar el jean que se guarda en un rincón del armario en caso de que se logren bajar esos kilos ganados a lo largo del tiempo. También están los que asumen que organizar la casa implica destinar tiempo, que no sobra, en una tarea que se puede posponer, y prefieren invertirlo en otra cosa. Mientras que no son pocos los que defienden su caos y consideran que el desorden está directamente relacionado con la creatividad.

Vale, entonces, preguntarse: ¿es realmente el orden sinónimo de una mayor eficiencia al permitirnos encontrar los objetos más rápidamente? Por mencionar solo a una de las grandes mentes de la humanidad, el científico Albert Einstein consideraba más estimulante tener un escritorio lleno de papeles a otro vacío. Su despacho (y esto fue documentado) estaba siempre repleto de documentos y libros, sin que por ello disminuyera su capacidad de trabajo. De hecho, un estudio desarrollado en 2013 por la científica Kathleen D. Vohs para la Universidad de Minnesota comparó habitaciones ordenadas y desordenadas, y concluyó que estas últimas generan un mayor pensamiento original, lo que invita a colocarse fuera de las líneas del razonamiento convencional. De este modo, la tendencia al minimalismo –que propone reducir la posesión de objetos materiales– podría suponer un freno a la innovación.

Elegir y no padecer

El desorden constituye, en definitiva, un rasgo de la personalidad, es una característica que de por sí no debe ser considerada ni negativa ni positiva. “Para algunas personas, tener cierto orden no representa algo necesario. Lo que marca que se vuelva patológico o conflictivo es lo excesivo: una cosa es que alguien sea un poco desordenado, y otra que haya un exceso donde todo esté tan abultado de objetos que no exista espacio para habitar. Es más que un desorden cuando se nota cierto malestar en vivir de esta forma. Lo mismo a la inversa: un exceso de orden o una estructura rígida también es un problema”, explica la psicóloga Pierina Guariglia. El equilibrio, entonces, podría ser que no todo tenga siempre un sitio, sin que por ello se armen pilas inmanejables. Sin embargo, en su libro El poder del desorden, el economista Tim Harford reivindica lo imprevisto, descoordinado e imperfecto, porque entiende que va de la mano con cualidades humanas tan valoradas como la creatividad, la resiliencia o la capacidad de innovación. Según expone, “el estado de alerta en el que las situaciones caóticas sitúan nuestro cerebro (la sensación de falta de control) es clave en la creación de obras que rompan los moldes establecidos”.

Sin lugar a dudas, es en la convivencia donde chocan las personalidades opuestas, dado que el hecho de compartir un espacio, cuando las necesidades son diferentes, hace surgir los conflictos. Para lograr un hogar armónico, Guariglia sugiere establecer ciertas pautas. “Cuando se convive con una persona desordenada –señala– hay que poner reglas claras; más en una pareja, donde hay muchos espacios en común. Hay que dejar sentado qué tipo de desorden es tolerable. Eso va a depender de cada situación particular”. Lo primero que hay que diferenciar es entre el desorden y la suciedad, ya que este último es un aspecto innegociable. Luego, recomienda, “se puede sugerir que en los espacios comunes haya cierta organización y que los sitios privados los maneje cada uno como mejor le parezca”. Si bien es importante llegar a un acuerdo, también hay que asimilar que se deberán hacer concesiones y comprender que la otra persona no ve su desorganización como un caos. Se desaconseja, por ejemplo, acomodarle el escritorio, dado que después le llevará horas hallar las cosas, lo que derivará, a su vez, en un conflicto. Además, para aquellos que no ordenan por falta de tiempo o de ideas, la psicóloga recomienda no rechazar de antemano los métodos de los especialistas. Entiende que pueden ser útiles en los casos en los que se necesita alguna guía. “Cierto orden genera bienestar a las personas que habitan la casa. Hace que alguien pueda sentirse mejor”, argumenta; por eso sugiere incorporar herramientas que faciliten la organización de todos, como estantes y cestos, al tiempo que se debe descartar la silla en la habitación, porque solo servirá para juntar ropa.

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