En armonía

¿Cómo es la vida de los que eligen no tener celular ni redes sociales?

Desconectados

¿Cómo es la vida de los que eligen no tener celular ni redes sociales?

En la actualidad, los seres humanos estamos viviendo una transformación en la manera de comunicarnos. Con la asistencia de la tecnología podemos estar “en línea” con nuestros conocidos y afectos, con nuestros trabajos y responsabilidades, y hasta con nuestros gustos y distracciones, en forma permanente y en paralelo. Esta revolución en la comunicación nos permite atender (o atender en exceso, a veces) un sinnúmero de estímulos, lo que provoca, por otro lado, que reduzcamos la atención dispensada a nuestro propio entorno. Por esto mismo, muchas veces la tecnología −y más aún el celular− es utilizada como un medio para alejarnos de una situación presente, poner distancia con respecto a quienes nos rodean y distraernos, evitando pensar en algo que nos preocupa, o sentir aquello que nos angustia.

“La acción de chequear el teléfono una y otra vez en busca de una gratificación instantánea −que podemos recibir o no− se la puede explicar por el efecto de un neurotransmisor llamado dopamina. Este se activa como receptor de las experiencias de felicidad y/o recompensa. Así pues, cada vez que una persona recibe −o cree haber recibido, al escuchar el sonido de una notificación− una muestra de aceptación, pertenencia, aprobación o afecto, es liberada la sensación de satisfacción y felicidad”, explica la licenciada en psicología Vanina Cassano.

De este modo, según la especialista, se va generando una dependencia del celular, con consecuencias que pueden llegar a ser muy graves. “La conducta se torna automática y compulsiva. Surge una necesidad urgente de recibir y enviar o postear. La adicción al teléfono es una de las adicciones modernas que afectan gravemente a nuestra sociedad; y el grupo etario más vulnerable es el comprendido entre los 13 y los 20 años”, advierte, aunque ya sabemos que no hay edades para la distracción permanente. Hagamos una prueba, en una reunión familiar o de amigos, miremos alrededor: todos están con el celular en la mano enfrascados en las redes. ¿Y qué pasa con mirarnos a los ojos y conversar? ¿De cuántas cosas nos perdemos?

Fuera de línea

Cuesta mucho, porque hoy parece que no podemos trabajar ni mantener vínculos si no tenemos celular, pero ya son varias las personas que intentan vivir sin la dependencia al teléfono. O al menos intentan estar lo menos invadidos posible por la tecnología y las redes sociales.

Para Mauricio José Strugo, psicólogo especialista en vínculos, vivir hiperconectados resulta una paradoja, porque si bien tenemos muchas más opciones en cuanto a las maneras de comunicarnos, a la vez estamos perdiendo lo más importante de la proximidad, con los gestos y el uso de todos los sentidos como algo que no se puede emular, pero pese a ello, mucha gente se está resignando. “Quienes se animan a soltar un rato los dispositivos electrónicos como mediadores vinculares lo hacen porque valoran este contacto irremplazable, entienden que vale y manifiesta mucho más una mirada que un emoticón desabrido. Probablemente serán acusados de hippies o prehistóricos, pero de seguro vivirán menos estresados que aquellos que cada cinco minutos −o a veces menos− necesitan chequear sus teléfonos, sin más excusas que no perderse nada cuando en realidad se pierden todo, o al menos mucho, por no mirar y dejarse mirar”, asegura y llama a la reflexión: “al no levantar la vista estamos desaprovechando el regalo que podemos percibir si vivimos paradójicamente más conectados, pero con la vida”.

Mariana es empleada de comercio y acaba de ser madre. Ella vivía con el celular en la mano hasta que fue mamá y se dio cuenta que, por sacarle decenas de fotos por minuto a su hijo, enviárselas a todos sus contactos y subirlas a todas sus redes, se olvidaba de darle calidad de tiempo. “Un día me dijo mi marido que el nene lloraba; yo estaba metida en cinco conversaciones al mismo tiempo. Ese día desinstalé el chat, que es lo que más dependencia me causaba. Luego cerré las redes, y ahora, quien me quiere hablar, me llama. El aparato lo uso solo como teléfono”, cuenta y se hace cargo de todas las cargadas que recibe, que la tildan de antigua y aburrida, pero para ella, ganó calidad de vida.

Conectadísimos

Según el Observatorio de Internet en Argentina (OIA), que muestra una radiografía de la vida digital nacional, el 83 por ciento de los internautas argentinos (que son el 79 por ciento de la población) se conecta a la web todos los días, pasa ocho horas frente a la computadora, cuatro horas usando el smartphone, y muestra una tendencia marcada hacia el uso de las redes sociales.

Por otra parte, un estudio de Deloitte que analiza el perfil del usuario de celulares, la primera actividad del día para el 28 por ciento de los argentinos es revisar su celular. Acción que el 11 por ciento habrá repetido 200 veces antes de irse a dormir.

“Las personas que pueden lograr una relación más sana y equilibrada con su teléfono pueden comenzar a ver cambios en sus hábitos y en sus estados mentales, tales como mayor capacidad de atención y concentración, profundidad en el pensamiento, menor aislamiento, mejoras en la relación consigo mismos y en su autoimagen, lo que redunda en mejoras en las relaciones interpersonales, reducción del estrés y ansiedad”, enumera Cassano.

Para ella, se trata de ofrecer a nuestra mente −siempre activa− nuevos espacios para simplemente permanecer en calma y contemplando, sin prisas ni exigencias, “práctica desestimada en una sociedad, que sobrevalora el estar siempre ‘produciendo algo’. Sin embargo, nuestra salud y nuestro bienestar general nos lo agradecerán”.

seguí leyendo: En armonía